viernes, 12 de agosto de 2011

Demasiado iguales (2)


  Yo no soy tonta. Por lo tanto él tampoco. Aunque no nos hubiésemos hablado durante todo un año (primero de carrera), nos conocíamos muy bien. Por lo ya comentado: las calificaciones, encontronazos producto de pensar igual,... Normalmente, en las ciudades grandes es poco probable que tengas habituales tropiezos con gente conocida. Aunque claro, si frecuentas los mismos lugares que otra persona, es más fácil. Pero es que además, da la maldita casualidad de que asistís a las mismas horas. Osea: la única oportunidad de que no nos viéramos las caras era yéndose cada uno a su casa.
  Ya por entonces comenzó la tirria. Bueno, en realidad, primero era gracioso; luego, interesante; después, raro; finalmente, algo pesado.
  La insistencia de este hecho produjo malestar. Al principio nos resistimos a cambiar nuestros hábitos por culpa de un desconocido. Más bien esperábamos a que el otro decidiera salirse de su costumbre. Pero eso no ocurrió, sino que cambiamos los dos a la vez. A estas alturas de la narración podrás suponer que nuestros nuevos hábitos coincidían a la perfección.
  Sí, empezamos a caernos muy mal.
  Alguien podría pensar "Y de tanto coincidir, ¿no intercambiasteis algunas palabras?". Eso habría sido lo normal. ¿Por qué no lo hicimos? Hay varias teorías: los polos iguales se repelen, introversión de ambos,... Yo creo que nuestro subconsciente nos dijo que si alguien se llevaba el último ejemplar a prestar de la novela que quieres sacar de la biblioteca, ese alguien no puede ser tu amigo. La hipótesis de mi nuestra amiga Nerea me nos hace mucha gracia por la forma en que ella misma se expresa. Entrecierra los ojos y dice que somos videntes porque sabíamos que nos íbamos a caer mal desde el principio y que por favor averiguásemos qué estructuras de desarrollo prefería su profesor de Hª de la Economía.
  El caso es que en algún momento nos tuvimos que decir las primeras palabras. ¿Cuándo y cómo? Bien, eso es difícil de recordar, porque no me gusta guardar en la memoria cosas feas. Pero aún mantengo lo suficientemente nítida la escena porque fue, en verdad, curiosa:
  Mi amigo Adrián me suplicó que le acompañase a una cita doble con su nueva novia. El chaval estaba muy ilusionado, porque decía que tenía muchas cosas en común con ella y que opinaban casi igual sobre casi todo. Se le veía medio enamoriscado al chaval. El caso es que ella era un poco tímida y se sentiría más cómoda si hubiese otra pareja con ellos. Y se les ocurrió la feliz idea de emparejar a uno de sus mejores amigos. Sí, está claro, ¿no?: Adrián me lo pidió a mí y Maribel se lo pidió a Alejandro. Según hablaron en la cena, se les ocurrió porque cada uno nos describió por encima y se sorprendieron de casi tanta coincidencia como en ellos.
  Ahora se puede pensar “¿Son buenos amigos y no les habíais dicho que durante un año os topabais constantemente con otra persona?” Sí. Ya, la introversión es así. Qué le vamos a hacer.


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