viernes, 18 de noviembre de 2011

Romper sueños

¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño:
que toda la vida es sueño
y los sueños, sueños son.
"La vida es sueño"
Claderón de la Barca




       Los sueños son tan fáciles de romper como... un papel, por ejemplo.

     Primero, Juan coge el sueño de la mesa, se digna a echarle un vistazo para confirmar su sospecha y, agarrándolo por sus extremos, lo rasga por la mitad hasta dividirlo en dos. Muy rápido, sin detenerse, al menos, a saborear lo que se siente cuando rompes un sueño. Junta los dos trozos y los vuelve a partir. No puede repetirlo una vez más porque la anchura se lo impide. Si fuera por él, hasta lo quemaría. Pero se contentará con tirarlo a la basura tras dedicarle una mueca iracunda a su hijo, mirando sin ver la lágrima que a éste se le derrama.
    Sale de la habitación, cerrando con un golpe, y camina por el pasillo hasta llegar a la cocina, donde desecha aquellos sucios sueños. La ira, la decepción y la vergüenza volvieron a inundarlo por completo. Tenía ganas de gritar. De romper algo, cualquier cosa,... todo. Ya estaba desesperado.


     -¿Diga?
     -Buenas tardes. Pregunto por Jose Manuel Armario.
     -Soy su padre. De parte de quién.
     -De la organización del III Concurso anual de guiones de-
     Juan cuelga.
     Es físicamente imposible, claro, pero, de forma figurada, se podría decir que si el cuerpo de Juan irradiara más calor, derretiría el auricular de baquelita que aún tiene en la mano..
     Le quedaba la cordura justa para, en vez de atravesarla, abrir la puerta del dormitorio de su hijo. Él estaba dentro y abrió los ojos asustado por la furia en la cara de su padre.
     Los gritos durante aquellos treinta minutos fueron atronadores. Los sueños volaron por todas partes. Juan rebusca y encuentra un sueño en forma de cámara de valor equivalente a nueve meses de media jornada a sueldo mínimo más ningún tipo de capricho. Hacia el minuto veinticinco, el volumen de la riña se intensifica,... más bien, es una sola voz en grito y un llanto estridente e imposible de contener, cuando Juan encuentra dos sueños encuadernados, los mete en la papelera junto con los otros y le prende fuego al cubo.
     El espectáculo termina cuando el padre coge el conversor de ideas en sueños, una máquina de escribir (cinco meses de media jornada a sueldo mínimo), y la tira con todas sus fuerzas, haciéndola añicos, regando el patio de vecinos con miles de pequeñas piezas. Al hijo se le corta la respiración, y hasta el entendimiento, durante un instante y lo recobra con un grito desgarrado, ensordecedor. Es por ello que se rifa una hostia y, como suele ocurrir, le toca a quien menos lo merece. El punto y final lo da Juan con un portazo que hace caer trozos de techo.


     Puede que un sueño sea tan fácil de romper como un papel o tan frágil como una máquina delicada. Aunque, lo más cierto es que ese tipo de cosas, sobretodo al principio, apenas suponen una pequeña piedra en el camino de un espíritu soñador. Pero claro, que un espíritu sea soñador, no implica que sea fuerte...

     No se volvió a gritar en la habitación del hijo de Juan. En cambio, se lloró mucho. Tarde para apagar la quema de sueños encuadernados y por encuadernar, pero mucho. A un volumen alto, es cierto, pero no tanto como en el baño, donde Juan descubrió que su hijo había escrito su último sueño con tinta roja sobre azulejos floreados.