miércoles, 22 de febrero de 2012

Proyecto Febrero 2012: San Valentín

Sin ganas, porque no me gusta el tema, y deprisa, porque no he tenido tiempo, me ha salido un churro de cuidado. No es un alarde de genialidad, la verdad. Pero bueno, ya que está, qué menos que publicarlo, porque si no es ahora, no lo haré nunca. Tampoco sé si cumplo bien la consigna, pero la largura seguro que no. En fin...

Lo pondría otra vez sin título, pero como se me quejaron, pues pongo uno rápido (se aceptan sugerencias)

Conociendo a Armando


Tras años de dura investigación y semanas de viaje, al fin había llegado a lo alto de la montaña. Me habían llamado loca y nadie me quiso acompañar en esos cinco kilómetros verticales.  Muchas veces pensé que todo había sido una absurda pérdida de tiempo, en busca de algo que bien parece un cuento. Pero cuando ante mí vi las dos imponentes puertas de bronce dorado, supe que por fin había llegado.
—Por fin has llegado  –confirmó la hoja de la izquierda.
                —Te estamos mirando desde que el sherpa se dio la vuelta con el par de burros. ¿Qué tal estás?–preguntó la de la derecha.
                —Bien gracias. Aunque un poco cansada.
                —Normal –contestaron ambas.
                —Bueno, venía preguntando por Valentín, ¿está en casa?
                —Sí, sí que está –contestó la primera girándose sobre las bisagras para dejarme pasar—. Pero, oye,  que no le gusta que le llamen Valentín, que dice que es un nombre muy feo. Ahora se hace llamar Armando.
                “¿Armando? La marimorena, es lo que se va a armar aquí”
                —Muchas gracias, sois muy amables –les dije, y como soy una joven cumplida, añadí:— si encuentro un cubo y un trapo, paso a darles un agua.
                Las dos se pusieron a exclamar muy contentas y a temblar entre sus goznes. Qué simpáticas.
                Ante mí vi un no muy ancho pasillo que se internaba en la oscuridad. El suelo, las paredes y el techo eran de grandes bloques de piedra, dándole una apariencia del más oscuro románico. Acojonaba, la verdad; pero mi corazón se había endurecido, así que no me dejé asustar. Total, que empecé a andar y a andar y a… Veinte minutos en línea recta, y de repente me encontré con algo a mis pies y me pegué un guarrazo de cuidado al caer sobre lo que parecían unas escaleras de caracol. Si ya llevaba un humor de perros, aquello lo acentuó más todavía. Casi me dio pena el Valentín al pensar en cuando me lo encontrara. Total, que empecé a subir y a subir y a…
 Tras unos ochenta escalones noté cierta claridad. Trescientos sesenta grados más tarde, la escalera daba a una sala iluminada por una antorcha. En ella había unas figuras de piedra. El conjunto lo conformaban una cama con una muchacha en ella clavándose un puñal en el pecho; en su regazo descansaba la cabeza de un joven arrodillado en el suelo. Además había otra figura despatarrada en los bloques de piedra. Cuando vi la copa, lo confirmé: Romeo, Julieta y el pobre Paris. La escena era desgarradora.
                Seguí subiendo, y de nuevo me encontré una sala iluminada. En ésta, había un amplio lienzo. Era una noche estrellada, en la que la Vía Láctea partía en dos el cuadro. Resaltaban dos estrellas, que se veían mucho más grandes y brillantes. Vega y Altaír me dije al recordar la leyenda de Tanabata y el labriego.
                A medida que ascendía veía escenas tristes, como la de dos jóvenes de cristal que intentaban tocarse a través de una pared invisible. Las expresiones de esos amantes casi me parte el alma. También reconocí una copia exacta de la escultura de Bernini representando a Apolo y Dafne, entre muchos otros.
                No sé ni cuántas salas pasé. Lo menos, cien. No sabía qué me dolía más, si el corazón, o las piernas. Pero al fin llegué al final de las escaleras, y me encontré con un corto pasillo que tenía tres puertas: una en cada pared.  Opté por probar con la de la derecha, y casi me quedo ciega. No era ni más ni menos que el exterior, cubierto de deslumbrante nieve blanca, a excepción de un camino de… ¿moqueta? … que terminaba en una piscina, aparentemente natural, de agua caliente. La segunda, la que quedaba a la izquierda, era una sala inmensamente grande. No podía ver los límites. Parecía una biblioteca tan grande como varios campos de fútbol, pero que en vez de libros, contenía pequeñas imágenes en movimiento.



                Por fin le encontré en la tercera puerta. Bueno, lo que vi fue a un ente antropomorfo y peludo al que le faltaba poco para Chewbaka. Estaba sucio, olía mal y se movía como si estuviera… no, estaba drogado fijo. La frase “qué se fumará Cupido” cobró un nuevo sentido para mí. Así iba el mundo.
                Mira, estaba tan cabreada, que cerré de un portazo antes de vociferar su nombre. Él, me miró achinando los ojos cual miope (… sin palabras…).
                —¿Un peta? –me ofreció.
                Qué ganas de darle un bofetón como una madre cabreada.
                Resumamos: después de haberme enamorado de tres hijos de puta que nunca pusieron más atención en mí de la que le fuera necesaria para sacar algún provecho, decidí buscar al causante primero de mis desgracias: Eros, Cupido, Valentín o Armando. Así que me puse a investigar sobre el Dios del Amor de más de tres mil culturas diferentes (investigación que me ha dado para tres tesis doctorales de antropología). Todo ese trabajo me había llevado hacia ese preciso lugar, delante de ese extraño ser fumado. Ser que empezó a dar vueltas sobre sí mismo con los brazos en cruz, recordando a una tambaleante peonza.
                Mira, me fui pa’ él, y le harreé una hostia de campeonato. No creo que le hubiera hecho verdadero daño (al fin y al cabo, era un dios), pero digamos que le hice perder el conocimiento, por difícil que sea pensarlo. Así que me quedé sola en aquella sala con un wookiee tirado en el suelo. Genial.
                Total, que allí estaba, en la habitación del Dios del Amor. Una casa preciosa, por cierto: todo hecho de materiales blancos. Pero la verdad es que había poco con que entretenerse. Tan sólo había una inmensa estantería repleta de libros (con las cubiertas blancas). Y por mucha curiosidad que tuviera por saber qué leía Cupido, decidí asearlo un poco. Busqué unas tijeras y le recorté el medio metro de barba y los dos enteros de cabello (ambos de un magnífico negro brillante, como si se tratasen de un nuevo metal precioso), tiré el porro a un cubo que interpreté que estaba destinado para la basura y le cambié la camiseta, que casi me coloca de lo que apestaba, y los calcetines. Y terminado el acicalamiento, debo decir que el tipo estaba buenísimo (algo de esperar) y olía a chocolate.
                Había finalizado el proceso de hacerlo presentable para la visita (yo), así que, y aprovechando para descargar algo de mi resentimiento, me lié a darle pequeñas tortas en la cara, hasta que se espabiló.
                —¿Quién eres? –balbuceó al verme.
                —¡Que quién soy! Soy sólo una de las personas a las que has amargado la vida. ¡¿Se puede saber qué demonios llevas haciendo todo este tiempo?!
                El tipo me apartó de encima y se puso de pié. Ignorándome por completo, vi que, de una cómoda, sacaba un paquetito de papel de fumar. Así que corrí hasta él y se lo quité de las manos.
                —¡Esto se acabó! –le grité pasándole el cartón por las narices—. Ahora mismo te pones a trabajar.
                —Que me dejes –y sacó otro, ya que, de cerca pude verlo, tenía el cajón lleno—. Vamos a ver. No sé quién te crees que eres para venir a mi casa y decirme lo que tengo que hacer. Además, ¿quién te ha invitado?
                —¿Te crees que me preocupa importunar tu rutina de vago sin escrúpulos? ¡¿Se puede saber por qué eres tan ruin que te divierte hacer sufrir a la gente?!
                —¡¿YO?! ¡¿Yo hago sufrir a la gente?! Mira, bonita, llevo varios milenios procurando con todos mis medios reunir a las almas complementarias pero, ¿sabes qué? Que siempre llega otro y lo jode. ¿Has visto las escaleras? No son más que una nimia parte de todos mis fracasos. Claro, después hacen una bonita novela, una bonita canción, una sentimental película, y mira qué malo es Eleazar.
                La verdad, es que tenía razón. Pero yo me quedé con lo último.
                —¿Eleazar?
                —Sí, es que me he vuelto a cambiar el nombre. Suelo cambiarlo cada dos siglos o así.
                La situación era para partirse.
                —Mira, me da igual cómo quieras hacerte llamar. ¡Lo que no es normal es que por unos cuantos fallos dejes a la humanidad a la deriva! ¡¿Pero tú eres consciente de lo que está pasando allí afuera?! Mujeres atadas a hombres que las maltratan, pedofilia, zoofilia, necrofilia,… ¡¿Tú te crees que eso es normal?!
                —La verdad, me da igual –dijo destilando indiferencia en su tono de voz—. Ya he pasado todo eso antes una y otra vez, pero ¿crees que todo mi esfuerzo se ha visto recompensado? No.
                Terminó de hacer el porro, lo encendió, y, cual marronero, me echó el humo en la cara. A mí se me quedó una bad poker face.
                —Entonces –insistí—, ¿no piensas hacer nada?
                —Nada de nada.
                Se tumbó en el sofá y pareció darse cuenta de que le faltaba pelo.
                Qué iba a hacer yo entonces. ¿Rendirme? Después de lo que me había costado llegar hasta allí no iba a dar media vuelta como si nada. Entonces tomé una decisión: yo me ocuparía del trabajo. Salí de la habitación del ocio y me metí en la de trabajo, la que parecía una inmensa biblioteca. Estudié las imágenes. Eran fichas de personas. Por delante se veía una imagen en directo de la persona, y, por detrás, se veían datos. Bien, tenía a la gente. Ahora, ¿cómo se les unía? Agudicé el oído y llegó a mí un murmullo de motor. Seguí el sonido y llegué a un ordenador de esos de quince por quince metros. Tenía unas cincuenta dobles ranuras. “Ahí será donde se introducen las tarjetas.”  Sólo me faltaba saber cómo funcionaba, y al fin encontré el panel de control que sólo ponía una palabra: ALEATORIO.
                —Cupido de los cojones. Será cabrón –murmuré.
                Me leí por encima el manual de instrucciones y una breve explicación sobre la clasificación de las tarjetas. Y una vez hecho eso, me puse manos a la obra.
                Tras dos días allí, Eleazar vino a ver qué estaba trajinando, y después se marchó. A partir de entonces, cada día me traía algo de beber y de comer (aunque, en realidad, parecía que allí no tenía necesidades fisiológicas). Con el tiempo, se quedaba algunos minutos a darme consejos y tras no sé cuántas semanas, finalmente, empezó a trabajar en serio conmigo. Eso me dio lugar a descansar, tiempo que dediqué a la ideación de parámetros para que el ordenador pudiera funcionar de forma automática. Mientras más aprendía de la máquina, y con ayuda de Valentín (o como leches se llamara), más se refinaban esos parámetros hasta que al final, nuestro trabajo era sólo necesario para las cuestiones más difíciles, en cuyo caso emitía un sonido que nos alertaba.
                —¿Ves como no era tan difícil, Armando?
                —Eleazar.
                —Bah, tú siempre vas a ser Cupido, y tu día será San Valentín, y punto.
                —Como quieras.
                Al final resultó ser un buen tipo, y como ya había cumplido mi objetivo en la vida, me quedé a hacerle compañía. Es que es muy cómodo eso de no tener que comer ni dormir, y sólo hacerlo si te apetece. Por no hablar, de la piscina de agua caliente… 

9 comentarios:

  1. Ay que lindo, el cupido es muy diferente de como lo imagino xD
    Tus relatos esta lleno de modismos, lo bueno que se me hizo muy fácil leerlo y hasta eso que es muy entretenido, gracias por compartirlo :)

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  2. Muy original y entretenido!!
    Un gusto leerte!!

    Saludos!!

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  3. Pues no sé por qué dices que te ha salido un churro. Ha sido un relato muy cínico y gracioso, incluso tiene un tinte de humor negro que muy poca gente sería capaz de hacer. Yo me he reído mucho y la verdad es que me he reído con ganas.
    ¡A mí me ha encantado!
    ¡Un besito!

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  4. Jejejeje, muy divertido, de verdad. Me ha gustado la reinterpretación del mito y la incorporación de la figura femenina :) Te ha quedado muy bien. Gracias por compartir.

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  5. Saskia: Eres modesta de cabo a rabo, tan modesta que para saber tu nombre o el nombre con que te identificas, tuve que regresar a Adictos y enterarme.
    Y... sigue la modestia, pues dices que este relato lo hiciste de prisa y sin gustarte el tema,por lo cual iba a resultar un churro.
    Chica, si esto es un churro,¿cómo serán tus buenos escritos?
    Tu narración es bastante atrapante y original, así que no sigas siendo tan modesta y firma tus creaciones, tienes de que estar orgullosa.
    Cariñosamente: Doña Ku

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  6. Muchas gracias a todos. Me alegra haber conseguido vuestra buena opinión.

    Doña Ku, no es modestia, es que soy muy muy crítica conmigo misma. No paro de ver fallos en el escrito, y, mientras más lo leo, más fallos le veo. No tengo "buenos escritos", porque cada vez que voy por buen camino, no paro de corregirme y modifico y modifico hasta que la idea original se desvirtúa demasiado y acabo dejándolo. Por eso estoy en este grupo, para obligarme a terminarlos. Mil gracias por esas palabras tan cariñosas. Realmente me ayuda mucho a valorar más lo que hago, que, a veces, no se merece que lo critique tanto :D

    Por cierto, ¿de verdad os parece tan original? No sé, es que a mí me recuerda a algo, como si hubiera leído algo parecido o visto en alguna película. En fin, quizá sólo lo haya soñado.

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  7. hmm, a mí puede que me suene xD aunque la verdad será porque escribes tal y como a mí me gusta escribir a veces, disfrutando tan sólo la escritura, sin comerte la cabeza, con personajes cínicos y divertidos, y situaciones "extrañas" por llamarlas de alguna forma. Me he divertido mucho con tu relato ;) un beso

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  8. Me ha gustado, Saskia, y no veo que sea un churro; como relato corto, es fantástico.

    Un beso.

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